PRISIONERAS (I)






Evelyn de Morgan
The Prisoner (1907-1908)
Fundación de Morgan, Londres
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Una de las variantes de la mujer frágil y cautiva es la temática de la Mujer en la Ventana que, si bien se convirtió en una muestra de la diversificación simbólica de la iconografía de la mujer en el siglo XIX, lo cierto es que sus orígenes son fáciles de encontrar en la pintura italiana del siglo XV con las Anunciaciones de Fra Angélico, Filippino Lippi, Lorenzo di Credi, Sandro Botticceli, y en la pintura flamenca con las Anunciaciones de Roger van der Leiden o Petrus Christus; un motivo pictórico que se nutrió en la pintura holandesa del siglo XVII (Vermeer de Delft) y la intimista del XVIII francés (Chardin, Fragonard). La ventana, ya desde la literatura medieval (romanceros), incluso desde la mitología grecolatina (los amores de Zeus/Júpiter y Dánae), era un símbolo de contención que resaltaba el carácter privado de la estancia en que las mujeres eran alojadas y custodiadas. La ventana, no obstante, constituye también un espacio de tránsito entre el exterior y el interior, un umbral caracterizado por el estado abierto/cerrado cuya llave serán los postigos o las rejas. En este sentido, la ventana puede ser mediación para la cautiva.
Y la cautiva es la mujer (burguesa o no) que Evelyn de Morgan transforma en una prisionera de aspecto medieval, envuelta por materiales exquisitos, por un rico cromatismo y unas texturas suntuosas. Y el lujo, simbolizado por la pluma de pavo real bordada en la manga del vestido. Ave que no es solo símbolo de la belleza y de la reivindicación estética, como pudiera creerse en primera instancia, puesto que tradicionalmente representa la vanidad. Es más, presenta en sí misma connotaciones de espiritualidad, incluso de eternidad. Símbolo, por lo tanto, ambivalente que indica la situación contradictoria de la dama retratada. El retrato, de perfil, como los estilizados del Quattrocento, nos muestra a una mujer en estado meditativo, reflexivo, introspectivo, con la mirada perdida más allá de los barrotes de su celda. Está amaneciendo. Es una aurora rosácea que asoma levemente tras los montes. Tal vez el amanecer señale la posibilidad de un nuevo nacimiento, de un resurgir, porque la prisionera de Evelyn de Morgan parece sugerirnos el deseo de escapar de la comodidad, del materialismo y de la exquisitez banal de los que es prisionera. De ahí las cadenas, las ataduras materializadas en el mismo metal del que están hechas las rejas. La ventana, pues, supone un mecanismo de transición entre los dos estados en que la mujer se encuentra. En conclusión, The Prisoner funciona como una alegoría mística del alma atrapada entre la materialidad y la espiritualidad, entre la vanidad y la humildad.