LITERARIAS (III)


Marie Spartalli Stilmann
A Rose from Armida's Garden (1894)
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Colección privada

La historia de Rinaldo y de la hermosa maga Armida, personajes del poema épico Jerusalén libertada (1575) de Torquato Tasso, todo un tópico pictórico y literario del Renacimiento que fue trasladado a la ópera (Rossinni, Händel), tiene como escenario un bello jardín que es contra-imagen del Paraíso. El jardín de Armida es el espacio del engaño, de la seducción, del artificio personificado en las artes mágicas y hechiceras de la mujer. Ella, enviada por el rey de Damasco, es la encargada de embrujar a los caballeros cruzados; Rinaldo acude a liberarlos pero, de manera similar a Ulises y Calipso, cae rendido ante Armida, quien lo retiene en las Islas Afortunadas. Sus amores no son sino la alegoría de la evasión erótico-fantástica que hace abandonar a los hombres sus deberes heroicos y religiosos. El jardín de Armida simboliza el ámbito del placer, de los sentidos, de la sensualidad y de la voluptuosidad y, sin embargo, es un reino frágil porque no es capaz de satisfacer las necesidades y los afanes que habitan en el corazón de Rinaldo. La felicidad es, como la magia, simplemente ilusoria. Su jardín, poblado de rosas con las que Armida trenzará guirnaldas, es decir, "lentas, pero tenaces cadenas", pretende ser natural, pero resulta engañoso porque también es sometido a las inexpugnables leyes de la caducidad. Y así es también el amor de Rinaldo por Armida: un engaño, un ardid que, como las rosas, marchitará pronto. De hecho, abandonada ya por el joven, Armida se convierte en una nueva Dido o Ariadna en el canto XX e intenta suicidarse con una flecha, como el dardo de Eros que la atravesó al ver por primera vez a Rinaldo.
En el cuadro de Marie Spartalli asistimos a una hermosísima Armida escoltada por un gigantesco rosal. Los bellos rasgos faciales de la maga se corresponden con la gama de colores del jardín: los rosas pálidos y el blanco de la tez con las flores; el verde de sus ojos con las hojas y ramas del arbusto; colores que volvemos a encontrar en sus joyas y ropajes. Todo parece sugerir que se está recogiendo el instante del enamoramiento, de la placidez afectuosa, a la vez que recuerda sutilmente lo engañoso y caduco de la belleza. Pero el fondo del paisaje, azulado, frío y encrespado preludia el triste fin de la aventura amorosa.